Cristina Godefroid

Cristina Godefroid



Cliquez ici pour une version en français

Llamo al timbre. Una mujer abre la puerta.

Buenos días, he tomado la decisión nada fácil de venir a veros. Descubrí durante la exposición colectiva en Bruselas sus hermosas obras, oscuras y resplandecientes al mismo tiempo, y la verdad me ha costado bastante trabajo encontraros. Nadie me dio su dirección en la galería, nadie parecía conoceros, era como si nadie os hubiese visto nunca y ni siquiera recordaban quién había colgado sus cuadros en la pared. Y lo más extraño: el galerista no encontraba su nombre en la lista de artistas. “C. Godefroid”. Su enigmática firma no me daba demasiadas pistas… Hay varios Godefroid en Bélgica, descendientes todos, no cabe duda, de Godefroy de Bouillon. Hubiese investigado hasta llegar a Jerusalén si hubiese sido necesario… Bueno, aquí estamos. He comprado esta obra, esta misma. ¿Es usted C. Godefroid no? ¿Ha pintado usted este cuadro?

La joven parece apenas despierta, normal, son las seis y media de una mañana lluviosa en Bruselas. Yo la observo, dubitativa y balbuceante. Tiene una mirada profunda y sus ojos son de una belleza celestial. De pronto, me responde con un acento soleado, sin duda del sur : la obra que usted ha elegido es tal vez la más espontánea de todas las que he pintado. Pero... espere, yo le conozco, ¡es usted Patrick Lowie! Es verdaderamente extraño abrir mi puerta y encontrarme con usted. Sí, yo soy Cristina Godefroid aunque en realidad no es mi verdadero apellido. Lo he elegido porque este nombre cuenta mi verdadera historia y además, creo que me sienta bien. Pero no se quede usted en la puerta por favor, ¡venga!, ¡pase!

Me invita entonces a entrar en su fortaleza. Le digo que no deseo molestarla y que no está obligada a abrirle la puerta a un desconocido. ¿Un desconocido? Ah! Espero que esté usted bromeando. ¿Sabe una cosa? Usted es un hombre complicado, un espíritu complejo, y a mí me encanta eso. Pero dígame, ¿Por cuánto ha comprado usted ese cuadro?

Prefiero guardar silencio sobre el precio.


Cristina Godefroid


Demasiado caro. Os han estafado, asegura ella. ¡Que conste que no he sido yo quien ha puesto tal precio! Habla un perfecto francés, aunque percibo en su voz que la articulación de la s es apico-alveolar y tiende a palatalizarse (bueno, vale, bromeo). En cualquier caso lo que sí percibo es que se burla de mí. Perdone C.Godefroid, pero quisiera deciros que su pintura me inquieta. Usted ha pintado, sin saberlo… quiero decir que sin saberlo usted ha pintado el retrato de mi familia. Sin ni siquiera mirarme, la joven me responde: no me diga, ¿y quién de entre ellos es usted? Sin dudarlo ni un segundo le respondo: Yo soy el zorro. El zorro que, a pesar de ser libre, prefiere observar la escena del teatro, las estrellas van siempre detrás mientras él observa el mundo esperpéntico de una familia rota y descompuesta. Tras un largo paseo a través del laberinto de esta fortaleza tan especial, la joven se para de golpe en el zaguán, luego se da la vuelta y me dice: ¿Ve usted estas marcas negras en el suelo? Aquí es donde ocurrió. Aquí prepararon la hoguera para quemar a mi madre. ¿Quiénes? eso nunca lo supe. Mi madre era una indígena con una larga melena negra, ese día llevaba un vestido blanco, yo tenía ocho años, sabe usted, y lo recuerdo como si fuese ayer. Yo estaba aterrada, claro, recuerdo que salí corriendo en busca de ayuda, pero las calles estaban desiertas. La historia es realmente asombrosa, pero más asombrosa es la manera en que C. Godefroid parece revivir la escena, como si todo volviese a ocurrir frente a mí, frente a ella, como si todo aquello tuviese ahora sentido. Ella mueve los brazos, imita el rostro de su madre pegando su cabello a su frente y a sus mejillas. Y continúa así: luego mi padre llegó. Mi padre era un hermoso pájaro y me guiaba por entre las calles desiertas. Yo seguía a aquel pájaro que era mi padre pues parecía tener todas las respuestas y me infundía seguridad, aunque me alejase de mi madre. De pronto, oía a lo lejos sus gritos. Mi madre ardía, su cabello y su vestido, aquí mismo. Unas raíces aparecían en sus pies y ardían con ella. Cuando me desperté de esta pesadilla me invadió un sentimiento de culpabilidad. Había seguido al pájaro y abandonado a mi madre, mis raíces.

No entendí desde el principio que C. Godefroid hablaba de un sueño. La confusión venía del hecho que ella me enseñaba las marcas de la hoguera en el suelo. Pero, si fue un sueño, le digo, ¿las manchas no son reales? Ella no añade una sola palabra, tan sólo baja su cabeza insinuando un tímido sí que no deja lugar a confusión. Cristina, ¿le molesta si retomo ahora el tema de su pintura? Decíamos que yo era el zorro. Yo miro a esta familia, mi familia, como si fuese mi niño interior. Es un poco como si yo hubiese salido de viaje y hubiese dejado a mi familia encerrada en este lugar, como si esta familia estuviese en mí y fuera de mí al mismo tiempo. Este es el motivo de mi visita. Cristina Godefroid me mira y luego mira su pintura. Tal vez usted tenga razón. Este teatro familiar nació sin duda de un sueño. Tal vez yo haya soñado con usted. Espere, voy a buscar los cuadernos donde escribo todos mis sueños.


Luís Paulo Gomes

Durante su ausencia observo su biblioteca. De pronto comprendo que no estamos solos. Un monje barbudo pinta de rodillas cuadros de un estilo muy diferente. Me hace una señal con su mano a modo de saludo. Cojo un libro al azar donde leo El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió, para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta de Pablo Neruda.

Ella vuelve. Voilà, he encontrado el sueño que inspiró este cuadro. En efecto, es usted. No se ponga nervioso, todo va a salir bien. De hecho usted sólo les observa. No durará mucho tiempo más. Usted va a dejar caer sus muros de defensa y emprenderá un nuevo camino. Ahora puede dar media vuelta, mire, las estrellas están ahí, justo detrás.

No sabía cómo darle las gracias. Ella me dice: No se moleste. Ni siquiera le he dado un título a este cuadro. De un deje tímido, le respondo: Teatro familiar.

Trad. : Cristina Godefroid

Voir en ligne : Le site de Cristina Godefroid